El primero de su tierra
Por Dante Rafael Galdona
En la salvaje y joven Australia nació este escritor hoy relativamente olvidado. Sus textos gozan de prestigio entre sus pares pero tienen poco éxito editorial. Cuando lectores ávidos no saben qué leer, siempre estará Patrick White para sorprender, abriendo un refugio de buena literatura en medio de un mercado editorial con mucho volumen pero poco contenido y calidad.
En la salvaje Australia
Australia es una tierra hoy próspera, una potencia mundial relativamente joven. No se encuentra, antes del siglo 20, ningún rastro de vida intelectual, al menos de lo que entendemos los occidentales por vida intelectual. Literatura, pintura, música, todo es nuevo en Australia.
No posee las virtudes históricas de la tradición grecolatina, conformada por siglos de experiencia artística, filosofía, discusión, instituciones, evolución. Australia debe conformarse con la tradición heredada de sus colonizadores, Gran Bretaña.
En el punto medio del siglo 20, Australia nació literariamente. Los primeros pasos fuera los dio Patrick White, el primero y hasta ahora único Nobel australiano y el primer escritor de esa tierra, nacida como una colonia penal británica, que tuvo proyección internacional.
Patrick White fue el emergente de un grupo de artistas que a mediados de ese siglo estableció un patrón intelectual fundante, algo así como la piedra basal de su arte e intelectualidad.
A pesar de ser un pionero, el escritor que más ha dado a su continente poco a poco fue cayendo en el olvido y, lejos de los momentos de esplendor que tuvo por los años ’70, cuando recibió el Nobel, sólo algunos entendidos lo valoran hoy.
Afortunadamente uno de quienes lo rescatan es el también premio Nobel John Maxwell Coetzee, quien lo incluyó en su biblioteca personal editada en Argentina.
Nació ocasionalmente en Londres, en 1912, durante un período de vacaciones de sus padres. A sus seis meses de edad volvieron a Australia para continuar atendiendo los prósperos negocios familiares.
Su interés por la literatura se despertó tempranamente, a los diez años ya escribía y leía con avidez. En esta suerte contribuyó su débil salud, era un niño que sufría graves ataques de asma que lo obligaban a guardar reposos prolongados en los que pasaba su tiempo con la compañía de los libros.
Al inicio de la adolescencia sus padres lo mandaron a estudiar a un colegio del que guardó quizás sus peores recuerdos.
Al término de esa experiencia viajó con sus padres a Europa, y el paso por los países nórdicos despertó su interés por Ibsen y Strindberg. Toda Europa despertó en él una atracción incontenible, por lo que se hizo habitual viajero por esas tierras.
Sus estudios universitarios los realizó en Cambridge y al terminarlos se instaló en Londres con la férrea convicción de convertirse en escritor, donde a los veintisiete años logró publicar su primera novela, “El valle feliz”.
El sostén
Poco tiempo después se convirtió en oficial de inteligencia de la fuerza aérea británica durante la segunda guerra mundial, y actuó en los territorios de Grecia y Medio Oriente. En esa tierra conoció al hombre que se convertiría en el gran amor de su vida y su compañero para siempre y con quien regresaría luego de la guerra a tierra australiana para establecerse para siempre.
Este hombre no sólo fue su gran amor y compañero, sino que también fue el gran soporte moral cuando las fuerzas de White estaban debilitadas, él defendió su obra y su tarea y lo motivó a seguir escribiendo aún con la crítica y cierta moral pacata en contra.
Su historia temprana de una débil salud, su homosexualidad y un análisis negativo de la sociedad australiana de la época hicieron de White un personaje singular. Retraído, raro, tímido, solitario. Sus obras fueron aclamadas o bien recibidas en Europa y Estados Unidos pero resistidas o ignoradas en Australia.
No fue profeta en su tierra, aunque el premio Nobel le dio algo de prestigio, su tierra nunca terminó de valorarlo completamente como escritor ni como ser humano.
La unión de forma y tema, su gran apuesta
Su primera obra fue publicada en los albores de la segunda guerra mundial. “El valle feliz” recibió excelentes críticas en Europa y, como era su ópera prima, las circunstancias lo animaron a seguir escribiendo e intentar la misma suerte en Estados Unidos, donde el resultado no fue en principio alentador. Así fue como su novela “Los vivos y los muertos”, publicada en 1941, pasó desapercibida.
Participación y final de la guerra mediante, publicó en 1947 “La historia de la tía”, donde sus originales elecciones formales causan gran interés, contando una historia hiperfragmentada, con constantes vaivenes entre lo real y lo ilusorio.
El camino de evolución narrativa iniciado editorialmente en 1939, pero mucho antes en sus creativas postraciones de la infancia y la juventud, llegó a su cénit en 1955, con la publicación de “El árbol del hombre”, la novela que unió a críticos y lectores en un mismo pensamiento: la consagración de Patrick White como escritor universal.
“El árbol del hombre” es un libro libro construido a fuerza de simbolismos, incansablemente alegórico, que transcurre en tierra australiana y relata la vida de un alemán que recorre los bellos paisajes de esa tierra guiado por los aborígenes dueños de ellas. En esa relación de razas dispares y lejanas se encuentran las respuestas a varias preguntas acerca de la condición humana.
“Tierra ignota”, de 1957, y “El carro de los elegidos”, de 1961, confirman que las elecciones temáticas y los presupuestos formales no son azarosos, en la obra de Patrick White, lo uno representa una función de lo otro, forma y tema son un todo necesariamente indivisible. En eso radica la universalidad de White.
Sin el aspecto formal, sus historias serían meras aventuras. Sin la situación temática temporal, las formas serían ejercicios experimentales. Es ahora cuando en Estados Unidos lo acercan a Faulkner, también es cuando en Australia lo desprecian o, en el mejor de los casos, lo ignoran.
“El vivisector” y “El ojo del huracán” aparecen con la idea de reflotar la experiencia narrativa de “La historia de la tía”, una novela por la que White guardaba especial predilección y cuya mala recepción le causó una gran depresión. Pero el escritor logró, con la experiencia de su consagración, lograr que al menos por vía indirecta ese trabajo trascendiera, aunque sea intentando una propuesta artística similar.
Hoy en día muy poco se lee a Patrick White. Por suerte, Coetzee se encargó de reflotar uno de sus títulos. El disfrute de la obra de Patrick White está al alcance.